Imagen vía web Gobierno de México
Los yaquis, conocidos por su resistencia en defensa de su territorio y el derecho a autogobernarse, han sido un pueblo clave en la historia de México. Desde sus primeros enfrentamientos con los españoles en 1607, donde salieron victoriosos, hasta su lucha continua por la preservación de sus costumbres y tierras.

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En 1610, aceptaron la presencia de dos misioneros jesuitas, lo que marcó el inicio de las relaciones con los conquistadores. Durante este periodo, los yaquis se organizaron en ocho pueblos tradicionales, una estructura territorial que fue considerada sagrada. En 1741, bajo presión de los colonos, los yaquis se levantaron en armas y lograron la firma de un tratado que garantizaba su derecho a conservar sus tierras, sus armas y su gobierno.
Sin embargo, con la expulsión de los jesuitas en 1767 y la llegada de los franciscanos, comenzó una nueva fase de conflicto, donde los yaquis enfrentaron el despojo de sus tierras. A partir de 1825, las rebeliones yaquis fueron constantes, siendo una de las más importantes la encabezada por Juan Banderas, quien proclamó la independencia de la “Confederación India de Sonora”. Esta rebelión, junto con las posteriores, culminaron en un proceso de exterminio y desplazamiento para los yaquis, especialmente durante el Porfiriato, cuando muchos fueron vendidos como esclavos o deportados a Yucatán y Quintana Roo, mientras otros se refugiaban en Arizona.
A pesar de la represión, los yaquis jugaron un papel importante en la Revolución Mexicana, prometiendo recuperar su territorio, promesa que no fue cumplida por Obregón. A pesar de nuevos levantamientos hasta 1929, en 1937, con el gobierno de Lázaro Cárdenas, se logró el reconocimiento de 485,235 hectáreas como territorio exclusivo de los yaquis, aunque a costa de perder dos poblados tradicionales.