Imagen vía web Chichén Itzá
El juego de pelota mesoamericano, conocido en náhuatl como tlachtli, fue una práctica ancestral que combinaba deporte, ritualidad y astronomía. Desde al menos el año 1400 a. C., este juego tuvo gran relevancia cultural en la región que se extiende desde Zacatecas hasta Costa Rica.
Arquitectura y simbolismo
Las canchas de tlachtli solían tener forma de I, con un largo pasillo central y cabeceras en ambos extremos. Muchas de ellas incluían marcadores de piedra decorados, donde hacer pasar la pelota de hule era considerado una hazaña. Este material, extraído del árbol de hule, confería a la pelota su capacidad de bote, y el juego se realizaba principalmente con las caderas.
Además de ser una actividad deportiva, el juego tenía una profunda connotación religiosa. En contextos rituales, incluso se practicaban sacrificios humanos, y el juego también era un medio para resolver conflictos o realizar apuestas.

Imagen vía web INAH
Relación con el cosmos
El juego de pelota estaba vinculado con los cuerpos celestes, como el Sol, la Luna y Venus. En códices como el Borgia, se representan deidades como los Tezcatlipocas jugando, simbolizando la dualidad entre la noche y el día.
El doctor Jesús Galindo Trejo explica que algunas canchas estaban orientadas en relación con el cielo y el calendario mesoamericano. Por ejemplo, las canchas con orientación norte-sur podían representar el movimiento del Sol a lo largo del año, mientras que aquellas orientadas este-oeste reflejaban la salida y puesta del Sol o la Luna.
Un caso destacado es Teopantecuanitlán (Guerrero), donde un monolito proyecta sombras específicas durante el equinoccio, conectando el espacio arquitectónico con eventos astronómicos.
Narrativas míticas
En el Popol Vuh, los gemelos Hunahpu y Xbalanqué derrotan a los dioses del inframundo en una cancha de juego de pelota, ascendiendo luego como el Sol y la Luna. Este relato refuerza el vínculo entre la práctica y el cosmos.
Centros del juego de pelota
Ciudades como Cantona, en Puebla, destacan por la cantidad de canchas descubiertas, con registros de hasta 27 espacios, incluida la cancha más pequeña conocida, de 13 metros de largo por 2.1 metros de ancho.


Otros sitios importantes incluyen El Tajín (17 canchas) y Chichén Itzá (13 canchas). La arquitectura de estas ciudades subraya la importancia cultural y religiosa del juego para las civilizaciones mesoamericanas.
El juego y los dioses
Para los mexicas, el juego estaba asociado a la deidad Xólotl, patrón del tlachtli, vinculado al movimiento (ollin) y al hule. Además, Xólotl representaba a Venus como Estrella de la Tarde, reforzando la conexión entre el juego y el cosmos.
El juego de pelota no solo era una actividad deportiva, sino un símbolo de equilibrio entre el hombre, la tierra y el universo, reflejando la rica complejidad cultural de Mesoamérica.