Foto: INAH
Entre el verdor de la selva tropical en Tenosique, Tabasco, se erige la Zona Arqueológica de Pomoná, un lugar donde la historia y la naturaleza se entrelazan para contar los relatos de una civilización extraordinaria. Aquí, el río Usumacinta es más que un cauce de agua; es el hilo conductor de una historia que une ciudades-estado, poder y cultura.
Las huellas de una civilización
Pomoná es un testimonio del esplendor de los mayas, una civilización que supo transformar la naturaleza en arte, política y espiritualidad. Este lugar, con sus seis conjuntos arquitectónicos, guarda los vestigios de templos, plazas y estelas esculpidas con jeroglíficos que narran historias de alianzas, guerras y gobernantes.

Imagen vía web INAH
En las inscripciones jeroglíficas, Pomoná revela su conexión con sitios emblemáticos como Palenque y Piedras Negras, ciudades con las que compartió lazos políticos y comerciales. Desde su estratégica ubicación, Pomoná fungía como un puente entre el alto Usumacinta y las vastas llanuras del Petén, una ruta clave para el intercambio de bienes y conocimientos.
Relatos grabados en piedra
Cada jeroglífico en Pomoná es una ventana al pasado. Nos habla de gobernantes que tejieron redes de poder, de ceremonias que conectaban a los hombres con los dioses, y de un mundo donde la selva no era un obstáculo, sino el escenario de una civilización vibrante.
El museo de sitio complementa esta experiencia, con piezas originales que fueron rescatadas de las exploraciones. Ahí, los visitantes pueden encontrar fragmentos de la vida cotidiana, objetos ceremoniales y ejemplos del arte maya que nos recuerdan su sofisticación y sensibilidad.
Pomoná es más que ruinas y piedras; es una invitación a reconectar con nuestras raíces, a caminar por los mismos senderos que una vez recorrieron los mayas y a sentir la magia de un México que sigue vivo en su historia.