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La prolongada sequía en el norte de México ha generado una crisis ambiental y humanitaria sin precedentes. Con más de dos años de duración, el fenómeno ha dejado a comunidades rurales sin acceso a agua potable, ha diezmado al ganado y ha inutilizado tierras agrícolas en estados como Chihuahua, uno de los más afectados.
En el Valle de Juárez y en la Sierra Tarahumara, las escenas son desastrosas: animales muertos por deshidratación, campos áridos e incendios forestales que han destruido bosques enteros. “La gente camina kilómetros por agua. Solo se usa para lo indispensable”, relata Javier Jaime Olguín, representante de una comunidad afectada en Guachochi.
El impacto sobre la agricultura también es grave. La falta de lluvias ha dejado la tierra sin humedad, imposibilitando cosechas básicas como el maíz y el frijol. “Muchos pequeños productores no pueden alimentar a su ganado ni venderlo. Lo dejan morir”, afirma Adrián Vázquez, experto en ciencias atmosféricas.
Además del daño local, la escasez hídrica ha tensado la relación con Estados Unidos debido a la dificultad de cumplir el Tratado de Aguas Internacionales firmado en 1944. La presidenta Claudia Sheinbaum ha asegurado que México entregará agua “hasta donde se pueda”, según la disponibilidad real.
Los especialistas advierten que el cambio climático podría hacer permanente esta situación, obligando a una decisión crítica: priorizar el agua para el consumo humano o para el campo.
El panorama es de calentamiento, de decisiones difíciles. La sequía ya está transformando la vida en el norte de México”, concluye Vázquez.
EFE