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Una de las bebidas más emblemáticas de México es el tequila, un reflejo de la identidad, tradición y orgullo nacional que siempre está presente en cada celebración.
Esta bebida originaria del Pueblo Mágico de Tequila, Jalisco, se produce del agave azul desde el siglo XVI y cuenta con Denominación de Origen desde 1974; su importancia es tanta que en 2006 la Unesco lo reconoció como Patrimonio Mundial, al incluir al Paisaje del Agave y las Antiguas Instalaciones Industriales de Tequila en su prestigiosa lista.
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Como muchas joyas de la cultura mexicana su historia está rodeada de leyendas, una de las más populares cuenta que, durante una tormenta, un rayo cayó sobre un campo de agaves, provocando un incendio. El calor coció las piñas de agave, liberando vapores dulces y una miel que, al fermentar, producía una bebida con efectos eufóricos. Los pueblos originarios pensaron que se trataba de un regalo de los dioses, en especial del dios de la embriaguez.
Solo agave azul, solo en regiones autorizadas
Aunque México alberga unas 159 especies de agave, solo la Tequilana Weber variedad azul puede utilizarse para elaborar tequila y solo puede producirse legalmente en 181 municipios distribuidos entre Jalisco, Nayarit, Michoacán, Guanajuato y Tamaulipas, gracias a la Denominación de Origen Tequila (DOT).
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Su proceso de elaboración requiere tiempo y paciencia: desde que se planta el agave hasta que madura pueden pasar hasta 10 años. Hoy, el tequila se clasifica principalmente en dos categorías: el 100% agave (destilado solo con jugo de agave azul) y el mixto (con al menos un 51% de agave, combinado con otros azúcares).
Ya sea blanco, reposado o añejo, el tequila es una bebida que forma parte del ADN cultural de México. Acompaña nuestros platillos más emblemáticos y nuestras celebraciones más sentidas. Pero como todo lo bueno, debe disfrutarse con moderación, celebrando no solo el sabor, sino el legado de siglos de historia que encierra en cada gota.