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Cada diciembre, el aroma a piloncillo y canela inunda los hogares y ferias de México, anunciando la llegada de las fiestas decembrinas. Entre posadas, cenas navideñas y reuniones familiares, los buñuelos se convierten en protagonistas, recordándonos el calor de la tradición.
Un postre con raíces ancestrales
Originarios de Turquía, Marruecos y Egipto, los buñuelos comenzaron como bolitas de masa frita bañadas en miel. Este legado llegó a España, donde evolucionaron en los famosos buñuelos de viento. Posteriormente, durante la conquista, la receta se adaptó a los ingredientes y costumbres de México, convirtiéndose en el crujiente manjar que conocemos hoy.

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La influencia de Sor Juana Inés de la Cruz
En los conventos de la época virreinal, los buñuelos se perfeccionaron. Sor Juana Inés de la Cruz, figura icónica de la literatura y la gastronomía novohispana, incluyó tres recetas de este dulce en su recetario, refiriéndose a ellos como “Puñuelos” o “Pañuelos” por la textura fina y ligera de la masa.


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Diversidad en cada rincón de México
Aunque la base es la misma —harina, huevo, agua, sal y manteca de cerdo—, cada estado le da su propio toque a los buñuelos. En Baja California Sur se bañan con miel de guayaba, en Jalisco se elaboran con cuajada y se presentan en forma de rosca, mientras que en Oaxaca se espolvorean con azúcar roja. En Tabasco y Veracruz, los llaman torrejas y se moldean en forma rectangular.
Ya sea acompañados con ponche, café de olla o simplemente solos, los buñuelos representan más que un postre: son una mezcla de historia, cultura y sabor que une a los mexicanos cada diciembre.