Foto: Sitio web Campeche Travel
En el corazón de la selva campechana, la historia de los mayas se alza en piedra. Chicanná, cuyo nombre significa “Casa de la Boca de la Serpiente”, fue un asentamiento exclusivo para la élite, donde la arquitectura reflejaba el poder y la cosmovisión de sus habitantes.
Desde el Preclásico Tardío (400 a.C.) hasta el año 1100, Chicanná floreció como un suburbio de Becán, estratégicamente ubicado en la ruta entre el Golfo de México y la costa de Quintana Roo. Aunque su extensión es modesta, su grandeza radica en los detalles: fachadas adornadas con colosales mascarones de Itzamná, dios del sol y la sabiduría, cuyas fauces abiertas conforman los accesos a templos y palacios.
El agua, vital en la cosmovisión y la supervivencia maya, se obtenía de la lluvia, almacenada en chultunes y aguadas cercanas. Sus habitantes desarrollaron un sistema de agricultura intensiva, aprovechando terrazas y nivelaciones en el terreno.

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Su arquitectura pertenece al estilo Río Bec, caracterizado por decoraciones monumentales y estructuras con torres de escaleras falsas, símbolos de prestigio más que de función práctica. Entre sus edificaciones destaca el Edificio II, cuya entrada en forma de fauces abiertas es un tributo a la divinidad.
Descubierta en la década de 1960 por Jack D. Eaton y posteriormente explorada por arqueólogos como Román Piña Chan, Ricardo Bueno Cano y Vicente Suárez Aguilar, Chicanná ha sido objeto de restauraciones continuas para preservar su esplendor.
Más que una ciudad, Chicanná es el testimonio de un mundo donde la arquitectura y la religión se fusionaban, donde el poder se expresaba en piedra y donde la selva aún resguarda los secretos de una civilización que desafió el tiempo.

Foto: Sitio web SIC México
Información recuperada de sitio web Lugares INAH