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La celebración del Día de la Virgen de Guadalupe (12 de Diciembre) es uno de los rituales religiosos y culturales más grandes de México y del continente americano. Cada diciembre, la Basílica de Guadalupe —ubicada en el cerro del Tepeyac, histórico punto de encuentro entre la cosmovisión indígena y la fe católica— se convierte en el epicentro de una manifestación de identidad nacional que trasciende credos y generaciones. Para este año, el Gobierno de la Ciudad de México estima la llegada de alrededor de 13 millones de peregrinos, cifra que refleja la fuerza simbólica de esta devoción arraigada desde 1531.
El operativo y la dimensión social de la celebración
Aunque el operativo de seguridad es monumental —con más de 100.000 servidores públicos desplegados entre el 5 y el 14 de diciembre—, la celebración guadalupana es, sobre todo, un acto cultural y comunitario. Los peregrinos no solo caminan hacia un santuario; portan tradiciones, historias familiares y expresiones locales que se entrelazan en un mosaico único. En las calles que rodean la Basílica convergen danzantes conchero-aztecas, grupos de mariachi, artesanos, cocineras tradicionales y comunidades indígenas que mantienen vivas prácticas heredadas durante siglos.
Este encuentro anual se convierte en un escaparate del sincretismo mexicano, donde elementos prehispánicos y católicos conviven en un mismo territorio simbólico. El trayecto hacia el Tepeyac es, para muchos, un acto ritual que reafirma identidad, pertenencia y gratitud.
Impacto cultural y económico en la capital
Además de su profunda carga espiritual, la festividad genera una derrama económica que el año pasado alcanzó 1.600 millones de pesos, impulsada por el turismo religioso, la venta de artesanías, comida tradicional y servicios locales. Las autoridades capitalinas subrayan que esta movilización masiva beneficia a miles de familias que dependen de estas actividades.
EFE