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Las tradiciones mexicanas son una muestra de color y sabor que acompañan a todos los mexicanos a lo largo de su vida y para el día de muertos, el simbolismo impreso en sus decoraciones y comida es esencial. Una muestra de ello es el pan de muerto.
Con raíces prehispánicas, el pan de muerto siempre ha figurado en las elaboradas ofrendas a los muertos junto otros alimentos especiales, como el tzoalli o el huitlatamalli. Estos panes tenían formas simbólicas, desde mariposas hasta figuras humanas, y se ofrecían en templos o en caminos para honrar a los difuntos.
Con la llegada de la época colonial, los panes evolucionaron hasta convertirse en el pan de muerto clásico, redondo u ovalado, decorado con canillas que representan huesos y espolvoreado con azúcar, adoptando formas tanto antropomorfas como zoomorfas, según la región.
Variedades regionales destacadas
En cada estado de México, el pan de muerto varía según la tradición y elementos típicos de la región:
- Ciudad de México y Estado de México: pan redondo clásico, hojaldra, o formas estilizadas como las “despeinadas” en Mixquic.
- Guanajuato: conejos, mulas, borregos y “almas” en figura humana, glaseados blancos o con azúcar rosa.
- Hidalgo: moriscas, “bodoques”, pelucas y panes antropomorfos, mitomorfos, fitomorfos y zoomorfos.
- Michoacán: pan de ofrenda con figuras humanas, animales y flores, “pan de hule”, rosquetas y corundas.
- Oaxaca: “regañadas”, pan de yema con azúcar, conejos y pan de pulque.
- Guerrero: panes llamados camarones, tortas y amargosas, con figuras zoomorfas.
- Otros estados: Aguascalientes, Baja California, Colima, Coahuila, Chihuahua, Jalisco, Nayarit y Puebla elaboran versiones tradicionales redondas u ovaladas, individuales o familiares.
La diversidad del pan de muerto refleja la riqueza cultural mexicana, donde cada región adapta recetas, formas y decoraciones según sus tradiciones locales, incorporando técnicas de pastillaje, repulgado y coloración artística para rendir homenaje a los difuntos.