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La Ley de Insurrección es uno de los poderes de emergencia más amplios de la presidencia de Estados Unidos. Permite al mandatario desplegar las fuerzas armadas y las milicias estatales para sofocar insurrecciones, contener disturbios civiles, reprimir actos de violencia interna o hacer cumplir la ley cuando esta es obstruida.
Uno de los aspectos más controversiales de esta ley es que otorga una enorme discrecionalidad al presidente, sin necesidad de aprobación del Congreso ni intervención de los tribunales para determinar si una situación justifica su uso. Además, la ley no establece límites claros sobre las acciones que las fuerzas militares pueden tomar una vez desplegadas.
Un poder que ha sido usado y abusado
A pesar de su carácter extraordinario, la Ley de Insurrección se ha invocado en diversas ocasiones a lo largo de la historia. Se utilizó para hacer cumplir las leyes de derechos civiles, pero también para reprimir huelgas sindicales y sofocar disturbios catalogados como “raciales”. La última vez que se modificó la ley fue en los años 1870, y su uso sigue siendo objeto de debate.
Desde 2020 se temía que el Presidente Donald Trump utilizara esta medida para impedir el traspaso del poder a Biden lo que habría significado el uso del ejército dentro del país en un intento de aferrarse a la presidencia. El año pasado surgió el mismo rumor de que Trump y su equipo estarían considerando nuevamente la posibilidad de usar la Ley de Insurrección desde antes de retomar el poder, lo que ha generó preocupación sobre los posibles abusos de autoridad.
Reformas necesarias
Debido al potencial de abuso de esta ley, el Brennan Center for Justice ha propuesto reformas que establezcan criterios más estrictos para su aplicación, determinen qué acciones pueden tomarse y otorguen al Congreso y los tribunales la capacidad de supervisar su uso.
La Ley de Insurrección representa un riesgo significativo para las instituciones democráticas si no se implementan mecanismos de control adecuados.