El presidente electo, Donald Trump, ha sido un firme defensor de los aranceles como una estrategia económica clave. En su visión, estos gravámenes sobre productos extranjeros ayudan a reducir los déficits comerciales, estimular la manufactura estadounidense y crear empleos.
Durante su primer mandato, impuso aranceles significativos, especialmente a China, y prometió aumentarlos aún más durante su campaña de reelección.
Aunque los aranceles pueden generar ingresos para el gobierno y proteger ciertas industrias de la competencia extranjera, también tienen efectos negativos. El aumento de precios perjudica a los consumidores, especialmente a las familias de bajos recursos. Además, pueden dañar a las empresas que dependen de materiales extranjeros, como las fabricantes de maquinaria y autopartes.
La imposición de tarifas también suele provocar represalias de otros países, afectando a los exportadores estadounidenses y, por ende, a los empleos relacionados.
A pesar de estas posibles desventajas, Trump tiene el poder de aplicar nuevos aranceles, ya sea utilizando investigaciones comerciales previas o declarando una emergencia económica.
Sin embargo, los economistas advierten que un aumento significativo de los aranceles podría desatar una guerra comercial similar a la de la década de 1930, perjudicando a los trabajadores estadounidenses.