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Sebastião Salgado, fallecido a los 81 años este viernes, fue más que un fotógrafo: fue un narrador del alma humana. Su lente en blanco y negro se convirtió en sinónimo de dignidad, denuncia y belleza. Brasileño de nacimiento y ciudadano del mundo por vocación, Salgado dejó una obra monumental que transformó el fotoperiodismo en una herramienta de memoria colectiva.
Conocido por su profundo humanismo, capturó imágenes imborrables de trabajadores, migrantes, comunidades indígenas y paisajes remotos. Su célebre reportaje en la mina de oro de Serra Pelada, en la Amazonía brasileña, marcó un antes y un después en la historia del periodismo gráfico. Tardó seis años en obtener los permisos para fotografiar el lugar y vivió semanas entre los mineros para ganarse su confianza. El resultado fue un retrato crudo, íntimo y poderoso que dio la vuelta al mundo y revivió el uso del blanco y negro en la prensa internacional.
Salgado creía que el fotoperiodismo debía ir más allá de la denuncia: debía construir conciencia. Así lo reflejan obras como Éxodos, Génesis, Amazonía y Trabajadores. Fue reconocido con premios como el Príncipe de Asturias de las Artes y el World Press Photo.
Junto a su esposa, fundó el Instituto Terra, con el que logró reforestar 600 hectáreas en su tierra natal. Porque, para Salgado, cuidar el planeta era tan urgente como contar sus historias. Su legado perdurará como testimonio visual de la humanidad.
EFE